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LAS MUJERES, LA CRISIS Y LA POSTCRISIS
Por: BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS*
Entre el 19 y el 23 de abril participé en Estambul en el Congreso
Internacional de la Asociación para los Derechos de la Mujer y el Desarrollo.
Más de 2.500 mujeres activistas de diferentes países se dieron cita durante
cuatro días para discutir y desafiar los obstáculos económicos, políticos,
culturales y religiosos que, un poco por todas partes, siguen bloqueando la
plena ciudadanía de las mujeres. Estábamos reunidos en Turquía, donde las
mujeres no representan más del 25% de la fuerza de trabajo, la violencia contra
las mujeres aumenta, el partido gobernante muestra muy poco entusiasmo por la
igualdad de derechos de las mujeres y el primer ministro exhorta a las mujeres a
tener por lo menos tres hijos. Además, el desagrado que este congreso causó a
las autoridades hizo que muchas mujeres (por ejemplo, mozambiqueñas) vieran
denegados sus visados. El impacto de la crisis europea fue uno de los temas del
congreso, pero se analizó en el marco más amplio de otras crisis que el mundo
atraviesa. Las trayectorias de vida de las mujeres son muy diferentes en
distintas partes del mundo, pero tienen algo en común (aunque los grados de
intensidad varíen mucho). Incluso en tiempos de relativo desahogo social, siguen
siendo víctimas de discriminaciones sociales, salariales, de discriminación en
el acceso a la tierra o la propiedad, víctimas de acosos sexuales y de la
violencia en el espacio doméstico y en el trabajo, del bloqueo del acceso a la
esfera pública y a la actividad política. En tiempos de crisis, este sufrimiento
injusto no sólo se mantiene, sino que se agrava. En los países del sur global,
la crisis ecológica, del extractivismo de materias primas, alimentaria, por
ejemplo, tiene especial incidencia en las mujeres africanas, asiáticas y
latinoamericanas que tienen a su cargo la responsabilidad de buscar agua (cada
vez más lejos, más escasa y contaminada), buena parte de las tareas agrícolas y
la preparación de los alimentos. Siempre que hay guerra, mujeres, niños y niñas
son las principales víctimas inocentes. Siempre que surgen movimientos de
resistencia, ellas están en el frente de lucha. En los países del norte global,
la reciente crisis financiera está afectando a las mujeres de múltiples maneras,
algunas poco visibles. A menudo, sin darse cuenta, los impactos de la crisis
aproximan sus experiencias de vida a las de las mujeres del sur global. Incluso
cuando no son las primeras despedidas, las mujeres tienen que redoblar esfuerzos
trabajando en otras actividades remuneradas, infrarremuneradas o no pagadas para
mantener el presupuesto familiar por encima de la asfixia: limpieza, costura,
impartición de clases, cocina y alimentación de terceros, cuidado de niños,
actividades de artesanía, agricultura de terraza, etc. Por otro lado, los costes
sociales y psicológicos de la crisis en el bienestar y la salud de las familias
recaen principalmente sobre las mujeres. Exigen de ellas un esfuerzo adicional
en un área de la economía que los economistas convencionales nunca han
reconocido y sin la cual las sociedades no pueden subsistir: la economía del
cuidado. Se trata de un vasto conjunto de trabajo no remunerado que atiende a
los niños y a las personas mayores de la familia; que lidia con la depresión o
agresividad (o ambas) del compañero estresado por el empleo o la falta del
mismo; que atiende las necesidades de los hijos casados, ahora necesitados de
algunas comidas decentes por semana o del apoyo de la familia (casi siempre
eufemismo de madre) durante el tiempo libre que los hijos antes pasaban en las
actividades extraescolares, el ballet, el tenis, etc. Pero no olvidemos que la
economía del cuidado puede circular en dos sentidos, de padres a hijos y de
hijos a padres y que el verdadero colapso social se produce cuando ya no es
posible en ninguno de los sentidos. A esta economía del cuidado también la
llamamos sociedad del bienestar, porque, por ejemplo, en Portugal siempre tuvo
que llenar las importantes lagunas del Estado de bienestar que, contrariamente a
lo que proclama la derecha, siempre ha sido débil y se ha apoyado en la
protección social a cargo de las familias. Uno de los efectos perversos de la
crisis es atrapar a las mujeres en el trabajo no remunerado, apelando a las
virtudes tradicionales del rol de “ama de casa”. Las mujeres, que soportan un
fardo desigual cuando la austeridad impuesta por el neoliberalismo recae sobre
las familias, saben bien que la solución es luchar por otro modelo económico que
elimine las causas del fardo: reducción drástica de los presupuestos militares;
reconocimiento público de las “otras economías” orientadas por las lógicas del
don, la reciprocidad y la solidaridad, así como de las economías consideradas
informales (a pesar de que ocupan la mayor parte de la actividad económica en
muchos países), donde las mujeres tienen un protagonismo indiscutible; servicios
públicos eficientes; fiscalidad progresiva; derechos de ciudadanía eficaces,
incluyendo los derechos sexuales y reproductivos, que liberen a las mujeres del
yugo del sexismo y del fundamentalismo religioso (católico o musulmán).
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