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LAS MUJERES
SABEN
Por: OMAR ORTIZ*
Para el poeta y ensayista uruguayo Eduardo Milán a pesar de una aparente
superficie caótica en la poesía latinoamericana actual, son dos las
manifestaciones de esta poética. La primera tiene que ver con la incidencia que
en dicha labor creativa tuvieron las vanguardias en la línea de los trabajos de
poetas como Vicente Huidobro con Altazor (1919), Cesar Vallejo y Trilce (1922), el Neruda de Primera y Segunda Residencia
(1929) y Oliverio Girondo con su libro En la masmédula (1954) y la otra
sería la que pretende instalarse en la tradición de un pasado poético acrítico,
que de la ilusión de orden, de estabilidad frente al desconcierto en que en
todos sus valores y circunstancias se encuentra sumido el mundo contemporáneo.
Ambas posibilidades de apreciar el movimiento poético en Latinoamérica, parten
sin duda de la visión órfica que desde Los Misterios de Eleusys se
tiene de la poesía en Occidente. Es decir, la poesía como canto a la carencia, a
la tragedia de la perdida de la belleza y del amor, que intenta ser remediada
desde el canto vuelto escritura para así operar desde el mito, desde la
revelación el trastornado equilibrio del mundo terrestre. Pero, ¿qué sucede
cuando Eurídice escapa a los designios des Hades por sí misma sin dar espera a
que Orfeo taña su lira? Es ella la que asume la tarea de enfrentar la
contradicción que late desde su entraña, es vida pero también es lo que oculta
la muerte. Es la locura del amor que se instala en el cosmos refutando el
pragmatismo de los poderosos. La voz de la poesía parida así misma. Ante este
nuevo designio de lo poético debemos replantear la actualidad sobre las
manifestaciones de la lírica actual y encontrar un singular espacio para el
cuerpo de Eurídice que se ha hecho realidad ante nuestros ojos. Por ello es
grato encontrar un libro como Soportar la joroba que sin equívocos se
reclama y se afirma desde lo femenino, desde la mirada de ese cuerpo que se
descubre como fundacional, pero que sufre la arremetida del tánatos masculino,
creador de los escenarios de la política y la guerra. Cristina Valcke, divide su
libro en cuatro momentos: Nana de la pequeña inmóvil, Nombrar el
amor, Venablo del ángel y De vientres y guerras, que nos
ofrecen un conjunto de sus obsesiones, de sus preocupaciones como mujer y como
poeta. En Nana de la pequeña inmóvil, sus canciones de cuna son gritos
de aquelarre que invocan los más profundos senderos de la nocturnidad,
pretendiendo develarlos desde la escritura, desde su mano que se sabe ciega.
Dice en Negación de la noche. “Llega la noche, no la
lunática/la bruja/la estrellada./Viene la otra,/la sin misterio/la que no
proyecta sombras./Se enreda en mis tres jinetes/los lleva a tientas/sobre la
hoja./Esta oscuridad mira a la cara/cuenta los huesos/me enluta./ Soy la noche
pero no la noctámbula/no la serpiente/ni la flauta/solo oscuridad sin
preguntas/sin derecho al miedo./Voy entre cartílagos/la terca mano continua/no
tengo pueblo/ni un cocuyo merodea en el camino./Dejo que me laman los
recuerdos/van a ponerme rosas/y mi pecho no tolera los colores/Soy la
noche,/-que nadie se equivoque-/a mí no me hacen nocturnos/ni se me prenden
velas/soy la que no admite luz.” Mas la niña que se acuna así misma desde sus
largos huesos, desde su geografía de solitaria, de vertebras inútiles, da paso a
la muchacha que inicia los ritos del amor. Peligroso abismo que puede contener
desde la locura total hasta una sentencia de muerte. Y, advierte, “No te creas
el amor. /Huye/su voz es tu voz/ disfrazada de peregrina/en busca de un lugar
dónde pasar la noche. / Si te cansas de correr/y regresas a casa/mantente
alerta/¡Ay de ti/al dejarte vencer./ Si te encuentra el amor/cúbrete los
oídos/saca la lámpara que traes guardada/en un lugar de la memoria/y acércala a
tu rostro./ No tendrá más remedio que huir/aunque podría ser tarde/quizá te
halles débil para la batalla/y no te repongas/nunca más.” En Venablo del
ángel, hay una propuesta de salvación que no puede ser otra que la poesía
desde sus dos vertientes la lectura y la escritura poéticas. Aparece la Pizarnik
como ave fénix que ofrece a la poeta la oportunidad de sobrevivir en el poema.
Pero son los ángeles caídos los que permiten el encuentro con la belleza.
Belleza por lo demás que se vislumbra en algunos vocablos, en las palabras que
saborea quien gusta del párenme movimiento que caracteriza al lenguaje. Si un
poeta muere, el mundo prosigue su gris rutina. Menos para la mujer que avanza en
la noche. Pero es tal vez en De vientres y guerras, donde la autora nos
brinda sus mejores claves de mujer comprometida con los desgarramientos de sus
iguales. La mirada se instala en el absurdo de la masculinidad, la guerra, y nos
traslada a un lugar sin tiempo donde la mujer siempre es oprobiosamente sometida
al furor de las bestias. Desde las historias de la bella Scheherazade que
contiene en su voz la sombra de las decapitadas, hasta Nasra Alí, niña de ocho
años que pronto será una “…anciana huérfana, /con ojos abismados.”, las mujeres
de la guerra reniegan de sus vientres, de su condición germinal ya que, “La
mancha de siete cabezas/que devora mi canto una tarde/me sembró un soldado. /Los
míos están obligados/a lapidar mi nombre/ninguna puerta se abrirá para mí:/está
escrito.” El dolor de Cristina Valcke ante las violencias sufridas por sus
congéneres a través de una tradición machista, tiene en su obra una importante
historia que se reúne por primera vez en su poemario Arrojada al
Laberinto, publicado en la Colección Escala de Jacob en el 2005.
Libro que suscitó un sesudo ensayo de la profesora María Antonieta Gómez
Goyeneche, que en uno de sus apartes dice, “Precisamente llama la atención,
además, en su selección de poemas, la capacidad de recreación a base de una
apropiación, de una asombrosa manera de consustanciarse, esto es, en su
definición, de “identificarse íntimamente con otro o con alguna realidad en
particular”. Capacidad de comprender el dolor ajeno, de habitar en la
experiencia adversa de otros, de proyectarse y sentir a través y en los otros
que padecen”. Por otra parte la poeta concursó recientemente para optar como
profesora de tiempo completo de la Escuela de Estudios Literarios de la
Universidad del Valle, en el área de Poesía Latinoamericana y perspectiva de
Género, con una ponencia titulada “El espejo en la oscuridad” sobre el poema Primero sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, que le dio con sobrados
méritos el acceder a ser maestra en dicha área, abriendo un importante espacio
para la reflexión teórica desde su alta sensibilidad poética, en el campo de los
estudios literarios de género. Cristina Valcke es un ejemplo de la contundente
sentencia que el escritor argentino Eduardo Sacheri pone en boca de uno de sus
personajes cuando afirma: “las mujeres saben cosas que los hombres ignoran por
completo”.
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